Autopsia a las elecciones en EEUU (parte 2)
Fascículo dedicado a la construcción de la agenda pública durante las elecciones de EEUU y de cómo los demócratas anduvieron muy muy perdidos, tal vez por culpa del activismo progresista.
En el anterior boletín señalaba lo más obvio de la autopsia a las elecciones estadounidenses: el candidato es fundamental en unas elecciones del mediatizado siglo XXI y ridiculizarle o infravalorarle es siempre mala idea. Y, aún con esas, los demócratas, con dos candidaturas entre malas y reguleras se quedaron a un 2 % de votos. Es decir, que igual la persona importa, pero no lo es todo, y en unas elecciones competidas absolutamente cualquier factor importa.
Por eso, y para pasar la resaca del día de Navidad, os traigo elementos que han condicionado las elecciones en EEUU y que, desde mi punto de vista, son igualmente hispanizables que los de la anterior publicación.
¡Es la mi economía, estúpido!
Un tema recurrente en mis conversaciones en bluesky últimamente es el desacople entre la (decente) acción del gobierno, el (buen) ritmo de la economía y la (mala) percepción de la economía que tiene el electorado español, de lo que también hablé aquí.
Esto también le ha pasado a la administración Biden-Harris, que a pesar del crecimiento económico pospandémico (solo parecido al de España entre países OCDE), una tasa de paro en mínimos históricos (4,1 % en octubre 2024) y las medidas sociales implementadas (muchas y buenas) ha sido suspendida por el electorado en todas y cada una de las encuestas del último par de años.
Nos encontramos, por tanto, que lo que cimentó la victoria de Bill Clinton en 1992 ha evolucionado: ya no es la economía, estúpido, es la economía de los electores. De nada sirve tener trabajo si no te da para vivir. La inflación, como en España, está detrás del malestar de la gente, hasta el punto de que era el tema más importante para una de cada cuatro personas en Estados Unidos a apenas tres semanas de las elecciones.
Lost in translation
Sin embargo, la izquierda estadounidense no solo está perdida en la relación entre acción de gobierno / respuesta del electorado en materia económica. La falta de conexión se da también en cómo la gente percibe al partido demócrata en otros muchos temas, o en cómo el partido y movimientos activistas de la izquierda intervienen en la conformación de la agenda pública.
Como se veía en el gráfico anterior, la inflación era el principal tema de preocupación de la población estadounidense (25 %), mientras que a la mitad de distancia se situaba la inmigración (13 % y tema nuclear para el Partido Republicano) y, aún más lejos, temas fundamentalmente demócratas (aborto y cambio climático 7 % y derechos civiles 5 %), por lo que en la agenda pública no se estarían tratando los temas que se vinculan a demócratas sino los republicanos.
No es excesivamente problemático que en un ejercicio de priorización la gente no sitúe tus temas en lo más alto (pues los siguen considerando como problemas a afrontar), sino que se considere a los partidos como más o menos capaces para afrontar dichos problemas. Y aquí es donde el Partido Demócrata, y tal vez la izquierda occidental, tiene un problema, pues ni sus temas son los prioritarios de la población ni se les percibe como capaces para afrontar las principales preocupaciones de la gente, tal y como se ve en el gráfico siguiente:
Lo que se ve es que Trump es más valorado para afrontar los tres problemas que más prioriza la gente (combatir la inflación, abordar la inmigración y mantener empleos, que juntos representaban la principal preocupación del 49 % de los electores). Mientras, a Harris, le ocurre lo contrario: se la señala como más capaz en temas “menores” como aborto, cambio climático, sanidad o derechos civiles, que congregan al 29 % del electorado.
Esto genera un enorme problema al Partido Demócrata si no se da solución a medio y largo plazo, puesto que si considerásemos la competición electoral como un mercado1, la candidatura demócrata ofrecía un producto que los votantes no demandaban. Además, de entre los temas que demanda el electorado, los demócratas ofrecerían un peor producto la competencia republicana, que ofrecería justo lo que quiere la gente y, además, de buena calidad.
Pero, cuando rotulo que el Partido Demócrata se encuentra lost in translation2, es porque no solo no conecta con el votante, si no que el electorado construye una imagen sobre el partido difícil de superar en una campaña electoral.
Cuando se pregunta al electorado qué temas creen que defendía la candidatura de Kamala Harris salen cuestiones (disparatadas en algunos casos) muy lejos del foco de las políticas públicas propuestas por la candidata, pero que son muy mediatizadas por la fachosfera estadounidense y que el Partido Demócrata ha sido incapaz de gestionar.
De tal modo, vemos, por ejemplo, que una mayoría de votantes (abrumadora entre gente que dudaba su voto y decidió por Trump), pensaba, y es literal “que Harris defendía pagar operaciones de transición de género a inmigrantes indocumentados que se encontraban en prisión”, que “se iba a obligar a que todos los coches fueran eléctricos en 2035” (ojalá, y ojalá monorraíles para todes) o que el Partido Demócrata iba a desarticular la policía.

Se trata de una mezcla de temas que son propuestas políticas buenas del partido demócrata, pero cabrean a las clases medias (los coches eléctricos), que están ok sin entrar mucho en debates morales (legalizar la marihuana), algunas que ni siquiera son propuestas políticas, si no derechos humanos (descriminalizar la entrada de personas migrantes), otras que son fantasías pajilleras de movimientos sociales muy de izquierdas (defund the police, menos la Stasi, claro) y, por último, auténticos delirios de la fachosfera (usar el dinero de los contribuyentes para pagar operaciones de transición de género a personas migrantes sin papeles que están en prisión).
Este batiburrillo sería el marco que construye la derecha americana sobre la izquierda woke, que de existir, sería aquella izquierda que dedica más esfuerzos a lo cultural que a lo material sea lo que sean esas cosas3.
Deconstruyendo la agenda
¿Cómo la derecha construye esa imagen de la izquierda, si no son cuestiones centrales de la agenda progresista (ni de la izquierda americana ni de la española, solo hay que ver los programas electorales)?
La explicación, para mí, está en las redes sociales y la falta de comunicación progresista, pero es posible que, en lo poco que comunica la izquierda, jueguen un papel importante los activistas. Es una idea que desde que la leí me genera mucho runrún mental por las implicaciones que tiene y que quiero plasmar aquí.
Simplificando, comentaristas demócratas allí, como Noah Smith, creen que la responsabilidad del lost in traslation demócrata es de the groups (los describe aquí Roger Senserrich), que serían los grupos de presión de la izquierda (desde ONGs a movimientos sociales, pasando por activistas digitales).

Estos grupos activistas dedicarían mucho más tiempo mediático a los temas woke que a lo nowoke lo que hace que, aunque el Partido Demócrata no se posicione constantemente en esos temas, los y las votantes sí le identifiquen con esas cuestiones. Si eso fuera cierto, significaría que, ejemplificando con España, la constante en redes sociales de que el activismo progresista dedique esfuerzos a rebatir la astracanada tránsfoba/racista de turno de Ayuso/Vox o, que en programas como El Intermedio o La Revuelta se ponga el foco en tonterías woke como que Ayuso quiere que digamos Feliz Navidad y no Felices Fiestas porque la izquierda estamos matando al catolicismo, no estaría contribuyendo a nuestro avance, si no a que el electorado nos etiquete con estos temas “no importantes” para ellos y por tanto, volviendo a la metáfora de la competición electoral como mercado, estemos ofreciendo un producto que poca gente quiere comprar.
Lógicamente, esto es un triplazo hipotético que no sé si pasa en España (aunque tenga una opinión), pero sirve bien para imaginar por qué la gente pensaba que el Partido Demócrata iba a financiar operaciones de transición a personas migrantes indocumentadas que se encuentran en prisión: mucha gente activista pro derechos trans, pro derechos migrantes copan mediáticamente los discursos de la izquierda estadounidense, marcan la agenda y el Partido Demócrata no consigue distanciarse lo suficiente, no en las propuestas, si no en los mensajes, como para marcar un tono propio que hable, por ejemplo, de vivienda o de inflación. Por tanto, si el Partido Republicano decía una estupidez sobre el colectivo trans-migrante, los representantes políticos, instados/instigados por los activistas respondían sobre esa estupidez cuando le preguntaban los medios y no dedicando tiempo a hablar de lo que importa.
En cualquier caso, y como decía Senserrich, si bien los y las activistas pueden tener algo de responsabilidad, cuando pierdes por un 2 % de los votos cualquier cosa ha pesado en la derrota.
Por eso, y para el siguiente, y espero último boletín de la saga, otra hipótesis, con la que sí estoy 100 % de acuerdo.
Feliz navidad y yippee ki yay!
Disclaimer:
Mi posición es tajante, es indudable que la izquierda progresista solo puede ser con las personas trans, las migrantes y las mujeres, luchando contra el cambio climático y defendiendo los derechos humanos de Gaza a Kiev. Pero cada minuto gastado en reaccionar a las barbaridades contra esos colectivos o en dar un dato sobre el cambio climático no gana un solo voto (porque los convencidos lo tenemos claro), mientras que a los no convencidos no les interpelamos y piensan que solo hablamos para unes poques. Y esto tiene un peligro obvio por la derecha, y otro naciente por la izquierda rojiparda que solo quiere hablar de lucha de clases. No sé si la solución es hacer ghosting a Ayuso y separarnos del activismo o de las ONGs (y curro en una grande potencialmente dada a caer en esa trampa), pero desde luego puede llegar a ser un problema no reflexionar sobre como gente aliada, pero muy ruidosa, condiciona nuestro discurso.
Una de las primeras lecturas en comportamiento electoral es “A economic theory of democracy” donde Anthony Downs plasma su teoría de la elección racional y que vendría a desarrollar lo que planteo sobre entender la competición electoral como un mercado con oferta y demanda política.
“Lost in translation” significa “perdido en la traducción”, situación que sucede en la película homónima dirigida por Sofia Coppola y protagonizada por Bill Murray y Scarlett Johansson y donde el protagonista se encuentra “lost in translation” en Tokio al haber problemas idiomáticos con personajes japoneses, de forma que se produce una desconexión entre interlocutores. Una romcom guay para ver en estas fechas.
Si no son materiales los derechos de las migrantes, de las personas trans, de las mujeres… que me explique alguien por qué sufre más discriminación laboral una persona trans o una mujer negra que un hombre blanco.
Fantástico artículo. Me encantan los paralelismos con España, y nuestra obsesión con Ayusolandia. Me da que pensar.
Sobre cuál pueda ser la solución, no lo sé, solo soy un observador. Pero algo similar está pasando aquí: la conversación se lleva a donde las redes sociales de derechas nos llevan. Y no las de izquierdas, que se pierden en sus cositas. Hemos perdido el mainstream, que diría aquel.